Nació en Coronel Pringles (Argentina) el 23 de febrero de 1949. Desde 1967 vive en Buenos Aires, en el barrio de Flores. Desde 1980 –y a un ritmo ininterrumpido desde 1990, cuando “inició la publicación periódica de sus novelas inéditas"– aparecieron hasta el momento, en distintas editoriales –grandes y pequeñas, de Argentina, Latinoamérica y España– decenas de libros, entre los que se encuentran algunos de los momentos más felices de la literatura contemporánea. En su mayoría, son novelas y relatos; entre ellos: EMA LA CAUTIVA, LA LIEBRE, EL BAUTISMO, EL LLANTO, LA PRUEBA, EL VOLANTE, LA GUERRA DE LOS GIMNASIOS, CÓMO ME HICE MONJA, LOS DOS PAYASOS, DANTE Y REINA, LAS CURAS MILAGROSAS DEL DR. AIRA, LA MENDIGA, LA SERPIENTE, LA TROMPETA MIMBRE, EL MAGO, CUMPLEAÑOS, LA VILLA, LA PASTILLA DE HORMONA, EL JUEGO DE LOS MUNDOS. TAMBIÉN ESCRIBIÓ TEATRO (EL MENSAJERO, MADRE E HIJO) y un DICCIONARIO DE AUTORES LATINOAMERICANOS. Entre sus ensayos, breves y sagaces, muchos de los cuales pueden leerse en diarios y revistas, se destacan los volúmenes COPI, ALEJANDRA PIZARNIK, LAS TRES FECHAS. Muchos de sus libros han sido traducidos en Francia, Inglaterra, Italia, Brasil. También es traductor, y ha dictado cursos, todos memorables, en la Universidad de Buenos Aires (sobre Copi, Rimbaud, Alejandra Pizarnik) y en la Universidad de Rosario (sobre Constructivismo, Mallarmé). Está casado y tiene dos hijos. Desde hace años se dedica a la compilación de la obra de su amigo Osvaldo Lamborghini. Escribió Daniel Molina: “Aira no sólo escribe (y publica) más rápido de lo que los lectores podemos seguirlo –lo que lo asemeja a los magos: “la mano más rápida que el ojo”– sino que además su literatura tiene el sabor de la alegría –otro parecido con los magos. … En sus libros siempre hay un plus, un “algo más allá del tema”, una vuelta de tuerca que los hace únicos. Aira es uno de los pocos escritores cuyos libros provocan un estado de gracia en el lector. Como sucede con la literatura de Copi, también la de Aira es una escritura de la velocidad: un pequeño detalle dispara una catarata de sucesos impredecibles, y todo muy rápido. Ese vértigo, casi psicodélico, comienza provocando risa y termina conduciendo a la felicidad”. Tomado de CLARÍN, Suplemento CULTURA Y NACIÓN, 6 de agosto de 2000.
FRAGMENTO. Nunca pude entender la mímica. Es una lengua que me está vedada; soy políglota, pero ése es mi límite infranqueable. Y es un límite interno a todos los idiomas, incluida mi lengua natal, el gesto natal, que acompaña toda palabra como la sombra acompaña al cuerpo un día de sol. Es fácil imaginar la cantidad de problemas que me trae. Podría tomarlo como un arte, y disfrutar de las actuaciones de los mimos como de una suerte de danza abstracta. Mi concepción del arte, al fin de cuentas, va en esa dirección: en contra de la comunicación, de lo utilitario, del efectismo. Lamentablemente, no es tan fácil: cuando el azar me pone frente a un mimo profesional, o alguien que se empeña en hacerse entender sin sonido, me pongo nervioso, me deprimo, no puedo empezar a pensar en un consuelo o una justificación estética... Los veo agitarse como peleles idiotas y evoco una especie de turista perdido en un país exótico cuya lengua ignora, y en el colmo de la ineficacia, pobre infeliz, no logra explicarse ni siquiera con el lenguaje universal de los gestos... ¡Qué pesadilla! No, definitivamente no puedo. Es algo a lo que me he resignado.